Los jueces y la equidad
El órgano jurisdiccional es el encargado de aplicar en el caso que debe resolver, el principio de equidad, que es decidir en el caso que se le presenta qué es lo más justo.
Equidad es un término que nació en el latín “aequum” relacionado con el adjetivo “aequus” que alude a lo que es liso o llano.
Resolver los casos con equidad no es tarea fácil, especialmente si consideramos que la palabra misma en su significado nos trae algunas dudas, ya que si bien la justicia es otorgar a cada cuál lo que merece esto a veces no es tan sencillo, especialmente si las leyes mismas inclinan al Juez a dictar sentencia favoreciendo la injusticia. Para Aristóteles, el Juez para aplicar la equidad debe corregir a la ley si ella no es justa, pues las leyes al ser generales pudieron no haber contemplado el caso particular excepcional de que se trata. Cicerón decía que la ley injusta no debía ser obedecida, pero aún siendo justa puede no serlo en esa particular situación.
Es por ello que el que juzga debe ser un hombre sabio y prudente. El filósofo griego Platón que creía que las ideas estaban en otro mundo, perfecto eterno y universal, solo le adjudicaba el don de elevar su pensamiento a esa dimensión, a los filósofos.
Para los romanos los estadistas, y en especial los jurisconsultos y pretores, eran poseedores de esa virtud, quienes debían interpretar las leyes de acuerdo a la equidad. A partir del cristianismo la equidad fue entendida como benevolencia y piedad.
Por todo ello, el Juez no debe limitarse a buscar la ley en la que el caso se subsume sino a analizar todo el ordenamiento jurídico para vincular “su” caso con la ley que mejor y más acabadamente lo contemple y aún interpretar y adaptar la norma cuando sea necesario, según su sano criterio, buscando no solo la letra sino el espíritu que la originó, su relación con todos los principios generales y con la totalidad del ordenamiento, y llenar las lagunas que la regulación legal pudiera haber dejado. La equidad no iguala, sino que diferencia de acuerdo a los casos, para proteger a los que más lo necesitan, o exceptuar a quienes lo merezcan.
Por supuesto esto no implica que el juez “haga suya la causa” como decían los romanos que configuraron este cuasidelito, pues no debe decidir según su antojo o conveniencia, sino que debe hacerlo alumbrado por su conciencia que debe coincidir con la ética general.
El Juez no es solo un ejecutor de la ley, es el que la impregna de humanidad, el que extrae del frío papel un alma, para que no lastime a quien no lo merece, pues la ley se aplica a personas con sus particulares circunstancias que tal vez la norma no pudo prever.