Conventio in manum
La “conventio in manum” era una institución vigente en la antigua Roma, que configuraba una “capitis deminutio” mínima, para la mujer sui iuris (que no poseía “pater”) pues pasaba a depender de su esposo, si era “pater”, o del “pater” de su esposo, si éste era “alieni iuris”. La mujer se sometía a la “manus maritalis” de ese “pater” que debía ser ciudadano romano.
Recordemos que en la familia romana, un “sui iuris”, era aquella persona que no reconocía sobre sí una autoridad familiar, que carecía de “pater” (cargo que ejercía el varón más antiguo de la familia). La mujer sin “pater”, era también “sui iuris”, pero no podía ser “pater”, ya que la cabeza familiar debía ser siempre un varón. Los que estaban bajo la dependencia del “pater” se denominaban “alieni iuris”.
Producida la “conventio in manum”, ya sea por haber celebrado las justas nupcias por “confarreatio”, por “coemptio” o por “usus”, la mujer, si era “sui iuris”, pasaba, como dijimos a ser “alieni iuris”; y sus bienes, presentes y futuros, eran ahora de su nuevo “pater”; y si era “alieni iuris”, dejaba de pertenecer a su antigua familia agnaticia, para integrar la de su esposo, dejando sus dioses y aceptando los de su esposo, aportando la dote, para el sostenimiento del hogar conyugal.
El parentesco agnaticio (transmitido por vía masculina) importaba una serie de efectos legales, ya que a través de él, se definía a los herederos y se defería la tutela.
La mujer que celebraba “conventio in manum”, en caso de fallecimiento del “pater”, lo heredaría como una hija más (loco filiae) si era la esposa; o como nieta (loco nepotis) si era su nuera.
No siempre que había matrimonio había “conventio in manum”, ya que desde la República (siglo II antes de Cristo) comenzó a hacerse más habitual, el matrimonio “sine manum”, donde la mujer seguía conservando su parentesco agnaticio, y por ende, sus derechos hereditarios con su familia de sangre. La mujer lograba que no se produjera la “conventio in manum”, no realizando ni la confarreatio, ni la coemptio, e interrumpiendo el “usus”, tal como lo establecía la ley de las XII Tablas, pernoctando cada año, durante tres noches fuera del domicilio conyugal, contando con la conformidad de su marido.
Volterra diferencia el matrimonio de la “conventio in manum”, ya que sostiene que el matrimonio romano era una cuestión de hecho, requiriéndose la reunión de dos elementos, que eran la cohabitación y la “affectio maritalis” (celebrado cum o sine manu); mientras que la “manus”, era una institución que tenía las consecuencias jurídicas antes mencionadas, con respecto a los bienes, a la tutela y a la herencia.
Para disolver la “conventio in manum” que se había constituido por “confarreatio”, se necesitaba hacer la ceremonia inversa, llamada “difarreatio”; si se había constituido por “coemptio”, había que realizar una remancipación (o sea una venta de la mujer, por parte del “pater” actual a un tercero, el que a su vez la manumite).