Terrorismo de estado
El terror como método de conseguir reivindicaciones sociales, económicas y políticas fue comúnmente empleado por la humanidad a lo largo de la historia. Es famoso el llamado gobierno del terror establecido en Francia durante la Revolución Francesa, cuando el poder de la Asamblea quedó en manos de los jacobinos, que pasaron por la guillotina al propio rey y a sus opositores políticos. Es generalmente un grupo de civiles el que usa este método para presionar sobre el estado.
En América Latina, la guerrilla, impulsada en general, por ideas de izquierda sembró el terror contra el gobierno establecido democráticamente en busca de justicia social. Esos gobiernos democráticos incapaces de hacer frente a la inestabilidad creada, sucumbieron ante los golpes militares, que por la fuerza tomaron el poder. En uso de atribuciones de hecho, los gobernantes de facto o dictadores, combatieron a los subversivos con métodos tan o más violentos que los de los propios guerrilleros, llamándose a ese modo de ejercer el poder, terrorismo de estado.
El Estado tiene legítimamente el derecho y el deber de monopolizar el uso de la fuerza para restablecer el orden, de acuerdo a la constitución y las leyes, pero no puede usar ese poder de manera cruel, impartiendo su propia justicia, imponiendo condenas sin juicio previo, y ante hechos no suficientemente probados.
Fue desde 1970 que se produjo esta forma de gobierno en América Latina. En Chile asumió como dictador (no de acuerdo a la Constitución, por voto popular, sino por la fuerza) el general Augusto Pinochet que gobernó entre 1973 y 1989, dejando un saldo de alrededor de 1.300 muertos, aunque la matanza de los opositores políticos, sobre todo aliados del presidente Salvador Allende se hizo de manera pública ante el horror de la opinión pública mundial. En Uruguay hubo unos 600 desaparecidos.
En Argentina el gobierno de las Juntas militares que asumió en 1976 derrocando a la presidente María Estela Martínez de Perón, actuó en la clandestinidad, secuestrando a las personas, y llevándolas a campos de detención clandestinos, donde eran torturadas, asesinadas y se apropiaron de los bebés de las mujeres que daban a luz en cautiverio, sin hacerse responsables de tales actos. Los familiares que buscaban a los secuestrados, aproximadamente 30.000 personas, recibían la información de que se hallaban “desaparecidos” negándoles toda información sobre su paradero. Madres y abuelas con pañuelos blancos reclamaron infructuosamente la devolución de sus seres queridos. La película “La Noche de los Lápices» recrea uno de esos episodios de apropiación clandestina de jóvenes estudiantes que fueron sujetos a maltratos y la mayoría perecieron asesinados. El libro “Nunca Más” fruto de la labor de la CONADEP (Comisión Nacional de Desaparición de Personas) organismo creado bajo el gobierno de Raúl Alfonsín una vez restaurada la democracia, sirvió para conocer los horrores cometidos y de prueba contra los militares en los juicios en los que debieron responder por sus actos criminales.
Los métodos de la dictadura militar argentina fueron aprendidos a través de instructores, de la doctrina militar francesa, que actuó en Indochina y en la guerra de Argelia, contra los procesos descolonización.
También influyó la Doctrina de la Seguridad Nacional estadounidense, que practicó esta metodología luego de la Revolución Cubana y estableció una Escuela de Guerra en Panamá, donde militares latinoamericanos fueron entrenados en estos métodos de represión ilegal.
Estos antecedentes hicieron nacer «el Plan Cóndor» para exterminar los focos de rebelión.
Argentina inauguró un nuevo período democrático en 1983. Chile volvió a la democracia en 1990. Paraguay se libró del dictador Stroessner, que gobernaba desde 1954, en 1990.
Un ejemplo también muy cruento de terrorismo de estado, fue el de Idi Amin en Uganda entre 1972 y 1979 que se cobró la vida de casi medio millón de ugandeses. Su gobierno ha sido plasmado en el cine por la película “El último rey de Escocia” basada en la novela de Giles Foden.