Presidencialismos y parlamentarismos
Se trata de dos sistemas o formas de gobierno, donde en la división tripartita de poderes se destaca el Poder Legislativo en el parlamentarista y el Poder Ejecutivo en el presidencialista.
En el sistema presidencialista, que caracteriza a muchos de los actuales gobiernos republicanos, forma común en el continente americano, que siguió el modelo de Estados Unidos (salvo Canadá, Belice y Guyana) en los estados africanos y en Irán, tenemos la figura del Presidente de la nación que es a la vez Jefe de Estado (autoridad suprema, máximo responsable y representante del país dentro y fuera del mismo) y Jefe de Gobierno (se ocupa de dirigir, controlar y administrar el país). El Presidente es elegido directamente por el pueblo y no interviene el Poder Legislativo ni en su designación ni en su destitución, salvo que cometa un delito en ejercicio de sus funciones, en cuyo caso, sí el Congreso podrá realizarle un juicio político para separarlo de su función. Por eso la división e independencia de poderes es bastante grande.
En los parlamentarismos, que pueden responder a monarquías, como en España, Holanda, Japón o el Reino Unido; o a repúblicas, como Italia, Alemania, Suiza, Grecia o Israel, la división de poderes no es tan marcada, ya que es el Poder Legislativo o Parlamento el que elige al Poder Ejecutivo, quien responde ante el primero. El Poder Ejecutivo puede disolver el Parlamento pero éste puede revocar el mandato de los miembros del Poder Ejecutivo. En general, no coinciden en los parlamentarismos el Jefe de Estado, con función representativa y el Jefe de Gobierno, cargo detentado por el Primer Ministro quien es el que tiene el poder efectivo, presidiendo el Gabinete de Ministros.
Son semipresidencialistas o semiparlamentarias, Francia, Egipto y Rusia. En estos casos tienen la misma autoridad el Presidente, elegido por el voto de la ciudadanía y el Primer Ministro, electo por el Parlamento.
Un gran defensor de los sistemas parlamentaristas fue el español nacido en Alemania Juan José Linz, que acusa al presidencialismo de ser el causante de la inestabilidad padecida por los gobiernos latinoamericanos, al relegar a las minorías a un papel secundario, a la duración fija del mandato presidencial y a la conflictividad entre los poderes que genera, como por ejemplo cuando el Poder Legislativo impide que se sancionen leyes que necesita el Poder Ejecutivo.